La Parroquia de Ntra. Señora del perpetuo Socorro y San Alfonso conserva como reliquia además de sus restos mortales, el sillón donde murió, lienzos que tocaron su cuerpo, un mechón de cabellos y la cruz procesional que se usó el día del traslado desde el cementerio. Su última morada se encuentra en la mencionada parroquia al pié dela imagen de Jesús crucificado. La inscripción de la lápida reza así: Siervo de Dios Víctor Loyódice + 10 de enero de 1916.
Durante la apertura de lproceso de canonización declararon un buen número de testigos entre ellos Mons. Pío C. Stella quien se expresa así: "El infrascrito, Pío Cayetano Stella, Obispo titular de Amizón y Auxiliar de Montevideo, en presencia de Dios y en conciencia, declara que conoció y trató al R. P. Víctor Loyódice desde el mes de mayo del año 1898 hasta su muerte, más o menos a menudo, pero más de cerca durante ocho años, desde 1898 hasta 1906, sobre todo en los 5 o 6 meses que acompañó al infrascripto en su jira de Visita Pastoral y Misiones por toda la República. De dicho R. Padre en conciencia declaro lo siguiente: 1) Que el infrascrito, como todos los pueblos, lo teníamos por santo. 2) Que nunca he notado en él el menor asomo de impaciencia en las contradiciones. 3) Que nunca salió de sus labios la menor palabra de murmuración, antes bien, era la misma caridad en sus palabra y apreciaciones. 4) Se acostaba a las 11 de la noche y se levantaba a las 4 de la mañana. 5) Ayunaba perpetuamente. 6) A pesar de ello, sin precipitación, pero con diligencia, a pesar de sus muchos años, trabajaba en su ministerio, desde la mañana a la noche, predicando generalmente dos veces por día. 7) Era la misma suavidad y mansedumbre, sin turbarse jamás en los contratiempos. 8) Predicaba muy bien, pero con una claridad u sencillez admirables. 9) En su rostro resplandecía su santidad y virtud interior, de su suerte que bastaba mirarle para quedar edificado. 10) Nunca, en todo el tiempo que le he tratado, le he encontrado un sólo instante en el ocio. 11) El médico que lo asistía en sus dolencias, que era el Dr. D. Luis Pedro Lenguas, me confesó a mí, dos años antes de morir el Padre Víctor, que era un milagro vivivente, pues se pasaba horas y más horas confesando tranquilamente, estando sentado sobre llagas vivas. Esto es lo principal y que más me ha llamado la atención durante su vida, y por lo que le creí siempre un santo. Pio C. Stella, Obispo Tit. de Amizón y Auxiliar del Arzobispo de Montevideo"
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