Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y S. Alfonso (Parroquia de Tapes)

C/ Tapes 966 esq. Jujuy y S. Juan. C.P. 11800. Barrio Bella Vista. Arquidiócesis de Montevideo - Uruguay. Tel. 20235025. Por consultas escribir al correo: comunidadtapes@gmail.com
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viernes, 19 de noviembre de 2010

Siervo de Dios VICTOR LOYODICE (3)

La Parroquia de Ntra. Señora del perpetuo Socorro y San Alfonso conserva como reliquia además de sus restos mortales, el sillón donde murió, lienzos que tocaron su cuerpo, un mechón de cabellos y la cruz procesional que se usó el día del traslado desde el cementerio. Su última morada se encuentra en la mencionada parroquia al pié dela imagen de Jesús crucificado. La inscripción de la lápida reza así: Siervo de Dios Víctor Loyódice + 10 de enero de 1916.
Durante la apertura de lproceso de canonización declararon un buen número de testigos entre ellos Mons. Pío C. Stella quien se expresa así: "El infrascrito, Pío Cayetano Stella, Obispo titular de Amizón y Auxiliar de Montevideo, en presencia de Dios y en conciencia, declara que conoció y trató al R. P. Víctor Loyódice desde el mes de mayo del año 1898 hasta su muerte, más o menos a menudo, pero más de cerca durante ocho años, desde 1898 hasta 1906, sobre todo en los 5 o 6 meses que acompañó al infrascripto en su jira de Visita Pastoral y Misiones por toda la República. De dicho R. Padre en conciencia declaro lo siguiente: 1) Que el infrascrito, como todos los pueblos, lo teníamos por santo. 2) Que nunca he notado en él el menor asomo de impaciencia en las contradiciones. 3) Que nunca salió de sus labios la menor palabra de murmuración, antes bien, era la misma caridad en sus palabra y apreciaciones. 4) Se acostaba a las 11 de la noche y se levantaba a las 4 de la mañana. 5) Ayunaba perpetuamente. 6) A pesar de ello, sin precipitación, pero con diligencia, a pesar de sus muchos años, trabajaba en su ministerio, desde la mañana a la noche, predicando generalmente dos veces por día. 7) Era la misma suavidad y mansedumbre, sin turbarse jamás en los contratiempos. 8) Predicaba muy bien, pero con una claridad u sencillez admirables. 9) En su rostro resplandecía su santidad y virtud interior, de su suerte que bastaba mirarle para quedar edificado. 10) Nunca, en todo el tiempo que le he tratado, le he encontrado un sólo instante en el ocio. 11) El médico que lo asistía en sus dolencias, que era el Dr. D. Luis Pedro Lenguas, me confesó a mí, dos años antes de morir el Padre Víctor, que era un milagro vivivente, pues se pasaba horas y más horas confesando tranquilamente, estando sentado sobre llagas vivas. Esto es lo principal y que más me ha llamado la atención durante su vida, y por lo que le creí siempre un santo. Pio C. Stella, Obispo Tit. de Amizón y Auxiliar del Arzobispo de Montevideo"

domingo, 7 de noviembre de 2010

Siervo de Dios VICTOR LOYODICE (2)



El padre Loyódice conjugó el ministerio apostólico con su actividad literaria. Y aunque era grande el caudal de su ciencia no era menor el de su modestia. Poseía un profundo sentido del humor y don de gente. Quienes se le acercaban se retiraban de su lado edificados por su conversación. Era afable, complaciente y muy agradecido a cualquier servicio que se le prestara. Dedicaba mucho tiempo a confesar a los feligreses y estos le buscaban preguntando: "¿está el santo?". Su fama de santidad iba en aumento. La muerte no le halló desprevenido, todo lo contrario. Se encomendaba a diario a San José para alcanzar un tránsito feliz y dichoso. Y así fué. En su último día de vida pasó la tarde sentado en un sillón mientras los sacerdotes que lo acompañaban le sugerían algunas jaculatorias. Murió casi sin agonía con la mayor placidez y rodeado de frailes redentoristas. Eran las cinco y media de la tarde del día 10 de enero de 1916 cuando el padre Víctor Loyodice entregó su alma. "Colocaron el cadáver del llorado padre en el presbiterio de nuestra iglesia, encerrado en humilde ataúd y rodeado de luces. Vestido con el hábito de la Congregación, con el crucifijo entre los dedos, parecía dormir tranquilamente. Inmediatamente que circuló la noticia de su muerte por la ciudad, empezaron a llegar al templo toda suerte de personas; la muchedumbre que rodeaba su féretro tocaba a porfía al santo cadáver, rosarios, estampas y otros objetos; todos besando sus restos mortales, le aclamaban como santo; a tal extremo llegó el entusiasmo del pueblo que tuvieron que cerrar el ataúd, porque ya le habían comenzado a cortar parte de la ropa y de los cabellos, para llevárselos como reliquias. Fué sepultado en el cementerio de la Teja y posteriormente sus restos fueron trasladados con gran solemnidad a su parroquia de Tapes. Presidió la traslación el cardenal Barbieri y numerosos clérigos y fieles.

domingo, 31 de octubre de 2010

Siervo de Dios VICTOR LOYODICE (1)



Nació en Italia, en Corato, una de las ciudades más importantes de la provincia de Bari, el 25 de julio de 1834. Fueron sus padres José Loyódice y Mariana Pennet, siendo el segundo de quince hijos. Murió en Montevideo, Uruguay, el 10 de enero de 1916. Vistió el hábito de los padres redentoristas el día 3 de marzo de 1851 y fué ordenado sacerdote el 19 de setiembre de 1857. En Roma fué nombrado profesor de filosofía. Va como misionero a fundar la Congregación del Santísimo Redentor en Madrid. Para esta labor enviaron a tres redentoristas siendo Loyódice el único que hablaba español. Después de una importantísima labor en la que fundó varias casas de su congregación llevando adelante numerosas misiones y conferencias, fue enviado a la República Argentina. Pisó tierra americana el 22 de noviembre de 1884. En esa ciudad, en el Santuario de Nuestra Señora de las Victorias, el padre Loyódice desplegó su rica tarea apostólica. Finalmente, luego de unos años, fue trasladado a Montevideo en 1897. Al llegar a nuestra ciudad esperaba con ansias ver inaugurado el Santuario de Ntra. Señora del Perpetuo Socorro ubicado en la calle Tapes. Para el día de la inauguración llegaron desde la vecina orilla 600 argentinos a bordo de dos vapores; todos hijos espirituales del padre Loyódice. Su espíritu misionero era infatigable, por tal motivo se ha dicho después de su muerte: "El Padre Loyódice se manifestó como uno de esos hombre extraordinarios que de vez en cuando envía el Señor a su Iglesia para confortarla y propagar la virtud. Ciudades, pueblos y aldeas; colegios, Comunidades y cárceles, los Prelados, el Clero regular y secular; los magistrados y los obreros, los pequeños y los grandes escucharon conmovidos la palabra del humilde misionero, que en sus labios era luz, fuego, espada y bálsamo..."